Los hermanos alemanes Adolf y Rudolf Dassler, que hace casi 60 años crearon respectivamente las marcas de material deportivo Adidas y Puma, se odiaron hasta lo inhumano por culpa de una brutal competencia comercial. Recurrieron a los más turbios tejemanejes, a métodos mafiosos y triquiñuelas de arrabal para descabalgar al rival y colocar a sus compañías en la cumbre. Combatieron juntos en el frente belga durante la Gran Guerra; el resto de sus vidas personificarían el goyesco cuadro Duelo a garrotazos en versión bávara y con deportivas en los pies.

Con idéntica saña se comportó su descendencia, hijos y nietos que heredaron el negocio y la rivalidad, perpetuando una contienda doméstica que aún colea. Lo cuenta pormenorizadamente la periodista holandesa Barbara Smit en el libro Hermanos de sangre (LID Editorial). La obra –una mirada afilada y retrospectiva que indaga en el origen del deporte como espectáculo de masas, patrocinio de sus grandes figuras y negocio mundial sin escrúpulos– husmea en archivos, federaciones y vidas secundarias.

Analiza la trastienda de dos marcas míticas que facturan miles de millones de euros al año (10.000 en el caso de Adidas; 2.300 para Puma) y que hoy en día cuentan con enjambres de jóvenes consumidores que se personifican con sus ídolos a través de un atuendo que los estilistas llaman casual.

Desde las medallas berlinesas de Jesse Owens hasta los quiebros del blaugrana Lionel Messi, Smit traza una desconocida historiografía del deporte y su inmenso poder para generar toneladas de dinero, un folletín de despachos y vestuarios sin un ápice de misericordia. Sin embargo, como en las épicas tragedias, el relato arranca plácidamente. Lo hace en Herzogenaurach, un tranquilo rincón de Baviera, Alemania.

Los inicios de la guerra Adidas y Puma

El calendario señalaba 1926. En el interior de la «Gerbüder Dassler Schuhfabrik» los hermanos Adolf y Rudolf confeccionan zapatillas y pantuflas sin marca. También calzado con clavos para los pocos temerarios que se dedican a eso de correr al aire libre. Buena calidad en los materiales, sabia manufactura, resistencia extrema… Las bondades del calzado Dassler llegaron a oídos de Josef Waitzer, entrenador del equipo alemán de atletismo.

Jesse Owens y las bambas adidas

Con Adolf (más conocido como Adi) en el papel de artista introvertido, y Rudolf como dicharachero relaciones públicas, la pareja no tardó en colar sus productos en la villa olímpica en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Además, el advenimiento del nazismo supuso una inyección económica, contemplando el deporte como el espejo perfecto para mostrar al mundo la perfección aria. Pero fueron los Juegos de Jesse Owens. Para disgusto de Hitler y su cineasta de cabecera Leni Riefensthal, el atleta negro se colgó al cuello la gloria dorada cuatro veces por delante de muchachos rubios y de mirada azul. La proeza contenía un secreto: Jesse calzaba unas zapatillas de clavos obra de Adi Dassler. La compañía comenzaba a despegar de la mano –y los pies– de un liviano muchachito de Alabama.

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